Desde el momento en que nacemos, los mensajes que recibimos de nuestro entorno se van archivando hasta conformar lo que llamamos guión vital, esto es, la brújula que orientará nuestro modo de actuar en la vida adulta. Muchos de estos mensajes que recibimos se convierten en creencias con las que funcionamos en el día a día en nuestra etapa Adulto.
Hay un chiste-contado por Ulric Neisser- del hombre que va al psiquiatra porque cree que está muerto y que creo es un buen ejemplo para ilustrar lo que es una creencia.
Tras varias sesiones, el psiquiatra comprueba que el paciente sigue aferrado a su ilusión, de modo que le dice:
-Uste habrá oído, por supuesto, que las personas muertas no sangran.
-Sí-responde el paciente.
Entonces, el psiquiatra coge un alfiler y le pincha el brazo.
-¿Qué opina usted ahora?-pregunta el psiquiatra.
-Bueno-replica el paciente-.Ahora sabemos que las personas muertas también sangran.
Estas creencias o patrones mentales que vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida, van condicionando nuestra forma de ser, hasta el punto de que, cuando nos hacemos mayores actuamos conforme al guión o plan de vida creado en la niñez, es decir, volvemos a repetir las estrategias que de pequeños utilizábamos para conseguir la atención de nuestros padres.
La razón fundamental por la que seguimos actuando con patrones de la infancia se debe a que todavía como adultos estamos esperando resolver el problema básico que planteamos en la infancia: como conseguir amor y atención incondicional. Esto conlleva que como adultos reaccionaremos conforme a los patrones que de niños nos ayudaron a recibir esa atención de nuestros padres. Algunas personas creen que actuando de la misma forma que lo hacían de niños podrán conseguir de las personas con las que se relacionan (en el trabajo, amigos, pareja, etc.) la misma atención que obtenía de sus padres.
El error de caer en esta premisa, es que ya no somos niños sino adultos, al menos en apariencia física, y por lo tanto lo que funcionó en el pasado no necesariamente ha de funcionar en el presente. Es más, actuar conforme a esos patrones de la infancia implica adoptar uno de los tres roles que Eric Berne define como “Juegos Psicológicos”. Se denomina así, porque una persona invitará a otra de manera inconsciente a entrar en un juego de relaciones personales con el fin de conseguir esa atención, donde no habrá ningún ganador porque todos terminan sintiéndose mal.
¿Cuál es el problema de pensar así?
Que en el mundo en el que vivimos no existen los cuentos de hadas ni entre adultos existe el amor incondicional ni tampoco la confianza ciega. El amor como la confianza entre personas adultas hay que alimentarlos constantemente para que existan.
Cuando somos niños, buscamos la aprobación de nuestros padres o tutores procedente del reconocimiento físico (abrazo, caricia, besos) o del reconocimiento mental (un gracias, un enhorabuena por los logros obtenidos o por el esfuerzo realizado en una tarea nueva). Por el contrario, su rechazo era percibido como una amenaza para nuestra supervivencia.
Cuando nos hacemos adultos, en las relaciones que generamos con otras personas, seguimos buscando esa atención de alguna manera. Si no conseguimos su atención de manera positiva, lo haremos invitándoles a que adopten uno de los tres roles que existen en toda interacción humana “no sana”, y que son el rol de víctima, salvador y perseguidor. Con ello, seguimos buscando cubrir nuestra necesidad de que nos tengan en cuenta.
Dicho de otra manera, algunas personas deciden de pequeños que las caricias positivas son escasas y poco fiables y, en su lugar, deciden sobrevivir con las negativas. En la vida adulta, puede que continúen filtrando las positivas y se queden con las negativas. Esta gente prefiere el palo a la zanahoria. Ofrecida una alabanza, es posible que la descuenten, o dicho en un lenguaje menos técnico, le resten importancia.
Ejemplo: -He pensado en ti y te he traído esto que se te gusta-
-Ah, gracias pero ya lo podías haber traído antes-
Las personas que han tenido especialmente una infancia dolorosa pueden decidir que no es seguro permitir ningún tipo de caricia. Estas personas mantienen un filtro de caricias tan estricto, que virtualmente apartan todas las que les ofrecen. Al hacerlo mantienen su seguridad de Niños pero se privan de las caricias que pueden recibir de forma segura como adultos. A menos que encuentren formas de abrir su filtro de caricias, es posible que terminen solos o deprimidos.
Los cuentos de hadas de nuestra infancia eran el bálsamo ideal para que como niños pudiéramos siempre vivir “un final feliz”. Entre otras cosas, enseñaban que si quieres que algo bueno te suceda, antes necesitas ser una víctima tan grande que te lo merezcas.
Por ejemplo, si tu deseo es casarte con un apuesto príncipe, tienes varias opciones desde trabajar duro, realizar labores domésticas desde el alba hasta el anochecer y esperar a que tu hada madrina llegue y te envíe al baile, o bien puedes pincharte en un dedo con una aguja envenenada o comer una manzana envenenada y esperar que algún hombre tenga predilección por besar a mujeres muertas. O incluso, puedes ir por ahí besando sapos o intentar convertir bestias en príncipes. Este puede ser el ejemplo real de guión de vida de muchas personas que actúan conforme a estos patrones en su etapa adulta. El problema de seguir creyendo en cuentos mágicos es precisamente que son sólo eso, cuentos, creencias mágicas.
Ya como adultos, si otra persona decide mostrar rechazo hacia ti, puedes preguntar el motivo y pedirle que cambie su actitud. Si no lo hace, puedes abandonar la relación con esa persona y encontrar otra relación en la que se te acepte.
Una manera de salirse del guión es renunciar a la creencia de que hay un mundo perfecto en algún lado. En cambio, puedes empezar a utilizar tu Adulto para solucionar esos problemas que acontecen en tu vida y descubrir la manera de cubrir las necesidades que no cubriste de niño en un mundo que nunca será perfecto, pero que puede ser hermoso y agradable.
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